Anécdota redonda


Lluvia y asfalto

Lluvia y asfalto

La ruta 9 todavía estaba húmeda. Por tramos, estar detrás de un camión hacía imposible la visibilidad del camino porque las llantas levantaban todo el agua que se había acumulado en el pavimento que moría esparciéndose en la luneta del Volkswagen Gol.  Mientras manejaba, Pablo “chino” Del Vecchio se empecinaba con Elvis Presley en el estéreo hasta que le sugerí un cambio. Pasamos del rockabilly de los ‘50 al dark de The Cure de los ’80 sin escalas. “Estupendo…” pensé socarronamente.

Mi viejo había llamado esa mañana a Colón donde le comunicaron que había parado de llover pero que el césped del estadio estaba totalmente inundado. En vano traté de convencerlo que no se preocupara. Yo ya estaba demasiado grande para que me impidiera ir pero la inquietud seguía latente. La lluvia de aquel 12 de diciembre de 1997 fue una seca advertencia pero a mi lo único que me interesaba era al día siguiente ver a los Redondos y escaparme por un rato de Buenos Aires.

Eran tiempos de “Luzbelito” y de ricoteros nómades que viajaban al “interior” del país porque después del asesinato de Walter Bulacio el Indio, Skay y la Negra Poli habían decidido no tocar en Capital. Llegamos y estacionamos cerca del centro de Santa Fe, dimos unas vueltas y enfilamos para el estadio ansiosos. Las entradas las tenía Pablo pero nunca las usamos. Mientras nos acercábamos al “Brigadier General Estanislao López” (¿alguna vez el “Cementerio de los elefantes” se llamara “Esteban Bichi Fuertes”?) empezamos a observar que las huestes ricoteras estaban cercadas por un ejercito de policías. Los desmanes no se hicieron esperar. Corridas, pibes sin remera tapándose la cara, gritos, piedras en el aire, policía montada repartiendo palazos a diestra y siniestra. En un momento lo veo a Pablo que me agarra y me pone contra un paredón cerca del estadio. Veo como un policía a caballo se acerca a toda velocidad con un palo. Un palazo lo alcanza al chino y cuando veo venir el que me tocaba a mi me agacho y me tapo la cabeza. Nunca sentí nada, nunca supe que pasó y no creo en la misericordia de los policías santafecinos. De repente estábamos refugiándonos en un barrio de casas bajas que da frente a una de las plateas del estadio y vemos como la policía es totalmente desbordada, presos de su propia celada. Los portones de entrada al estadio comienzan a ser forzados y hay gente que comienza a escalar el paredón de aproximadamente cuatro metros de altura que circunvala el estadio de Colón. Parte del paredón se cae con el peso de la gente que se trepa, se hace silencio pero nadie quedo herido ni muerto de milagro. Los portones ceden y las hordas comienzan a invadir el estadio. Pablo me mira y me dice: “es ahora o nunca”. Y ahí empezamos a correr y a correr y a correr…y entramos con todos, sin entradas, sin escrúpulos, sin nada…

Ya dentro, el césped no existía, sólo había agua y mas agua…fue el recital mas inundado de la historia del rock nacional. El agua nos llegaba mucho mas arriba de las rodillas y la gente después del enfrentamiento con los policías se empecinaba con otro menos violento pero con igual malicia. Los que estaban en la platea y en las populares recibían de nosotros panes de pasto subacuaticos. Primero volaban algunos y después fueron cientos que iban y volvían. Hasta que los de la platea se avivaron que no debían volver porque la retaliación iba ser automática. Woodstock, aquel que vimos en documentales, había quedado reducido a la más mínima expresión.

El recital comenzó y ahí estaban las piruetas del Indio y los riffs de Skay. Cualquiera que haya estado en un recital de los redondos te lo puede explicar mil veces pero no es lo mismo vivirlo. No es una pose, simplemente hay cosas que hay que vivirlas. No tenés poder sobre tu cuerpo y nada queda bajo tu control. La Negra Poli tuvo que parar el recital por lo menos dos veces porque había gente sobre el techo de la carpa del sonidista y se movía…se movía mucho. La gente en su estado zombi no hacía caso como si fueran chicos de cuatro años que quieren “ese” juguete que tiene el hermano y no otro. Nunca entendí como no salimos electrocutados todos los que estábamos en el césped, porque los cables que iban desde esa carpa al escenario tenía que pasar por algún lado. No se. “Mariposa Pontiac” sonaba y el pogo acuático no se apagaba. Nada extinguía la humanidad de semejante orgía sonora y así se sucedieron “Nadie es Perfecto”, “Vamos las Bandas”, “Vencedores Vencidos”, “Motor Psico” y muchas otras. “Jijiji” siempre es el anuncio del final pero el comienzo del pogo mas impresionante de todos. Y todos, absolutamente todos, se descontrolan. Ya no hay “adelante” (cerca de escenario) o “atrás”. Todo se desvanecía en una locura que terminó sólo cuando prendieron las luces del estadio.

Me encontré con el chino en uno de los arcos y nos fuimos caminando bajo la mirada de la policía hasta el boulevard central de Santa Fe. Eramos cientos de personas envueltas de barro caminando por la capital provincial. Llegamos a una canilla donde hombres en calzoncillos y mujeres en corpiños se sacaban como podían los restos de tierra impregnados en la piel. Pablo y yo no fuimos la excepción. No íbamos a pagar un hotel, dormiríamos en el auto y a la mañana siguiente volveríamos a Buenos Aires. Claro que esa noche nos cambiamos y salimos por algún boliche donde “tocaba” el maestro de la cumbia Antonio Ríos a quien yo desconocía. No hace falta recordar que esa noche le pregunté a una santafecina quién era ese ridículo y que sólo obtuve de respuesta una mirada que decía algo así: quién sos vos porteño de mierda…

Así las cosas. Pasaron casi 14 años desde esa noche y nunca más volví a ver a los redondos en vivo. Hace unos días leyendo un reportaje al Indio Solari (hubiera sido todo hallazgo periodístico en otra época)  me di cuenta que ya pasó una década desde la separación de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, quizás la banda que más me acompaño durante mi adolescencia y que marco a fuego a una generación que se la trató de pintar de superficial y naif. La complejidad de las letras, la sensibilidad de los riffs, y el publico que los acompañaba religiosamente (y que todavía acompaña al Indio o a Skay) también éramos parte de los ‘90…

Twitter: @martinkunik